martes, octubre 24, 2006

Lapidación inminente en Irán

Todavía es temprano cuando el camión se detiene y deposita su carga en el suelo. Son pedruscos del tamaño de un puño. Poco a poco se acerca la gente y escoge las mejores piedras. Las almacenan en el regazo mientras amanece lentamente. En otro lugar, quizás una cárcel, tapan la cabeza de una mujer joven con un saco blanco. Ella sólo ve la luz filtrarse entre la tela. Y sombras, y más sombras que se mueven a su alrededor, que la agarran con rudeza, que la conducen a una furgoneta. El sol ya está completamente fuera y al salir del furgón ella siente su calor en la cara, a través del saco. Escucha murmurar a la gente, que se apiña alrededor mientras alguien cava un agujero. Se preguntan quién es, qué pasa; es la hija del panadero, dice alguien, yo la conozco, ¿que quién es? Cometió adulterio, ¿adulterio? Adulterio. Un riachuelo de insultos recorre los labios de la multitud y alguien entona una oración. Ya es mediodía y hace calor. Mientras la entierran en el agujero ella piensa si le dolerá, si durará mucho. Siente la presión de la tierra en las piernas y el vientre. Está sepultada hasta el pecho. Se sorprende porque no tiene ganas de llorar. La primera piedra se estrella contra su boca que inmediatamente se llena de sangre y piensa que tiene los dientes rotos. La segunda piedra le destroza el oído y siente un pitido agudo en el centro del cerebro y ya no oye nada. Pero pronto deja de tener sentido dónde aterriza la piedra, porque son todo piedras. La tela del saco blanco se tiñe de rojo rápidamente y el dolor no dura mucho. Todo se oscurece. De repente tiene ocho años y juega con una muñeca rota en la calle; está contenta aunque no sabe bien por qué. Escucha la voz de su madre que la llama y ella acude y la abraza. Su pecho es blando y caliente. Una pedrada le rompe la nariz. Todo vuelve a ser rojo y negro, todo vuelve a tener el aspecto de un grito. Pero se asfixia. La noche otra vez. Pero no hay nada. Sólo le da tiempo a pedirle a Alá que perdone sus pecados. No puede darse cuenta de que ha muerto porque está muerta. Ahora es un saco de carne y huesos, ahora es una pasta sanguinolenta. Las piedras rebotan y los golpes ya no suenan como golpes. Alguien se acerca con una pala y golpea la cabeza del cadáver. Es para asegurarse. Es como golpear un saco de patatas. Eso es todo.

De este modo morirán siete mujeres en Irán si no hacemos nada. Y lo único que podemos hacer es pinchar aquí:

http://www.es.amnesty.org/especial/lapidacion-iran/firma.php

1 comentario:

Sergio dijo...

Estimado señor Felipe.

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