martes, noviembre 14, 2006

El cuento de la educación (vial)

Había una vez, en un país muy lejano, unos expertos en seguridad vial a quienes se les ocurrió la idea de que las multas eran clasistas. Y ciertamente lo son, porque una misma multa para una misma infracción es un castigo menos grave para quien tiene mucho dinero que para quien tiene poco. También consideraron que era clasista la retirada del carné, porque retirar el carné es un castigo más leve para el que conduce por gusto que para quien lo hace por necesidades de su trabajo. Además, un policía de tráfico, por muy honesto que sea, es un ser humano, y puede equivocarse. En esto tampoco andaban errados, un cierto porcentaje de multas y retiradas de carné son, inevitablemente, injustas. Para eliminar estas desigualdades e injusticias elaboraron una ley que despojaba a los policías de tráfico de toda autoridad, y suprimía las multas y las retiradas de carné. Esta nueva ley, que pretendía no excluir a nadie del derecho a la libre circulación, se denominó “Ley Orgánica de Conducción Sin Exclusiones”, aunque abreviadamente se la llamaba por sus siglas, la LOCSE.
Lo que sucedió después es lo que cualquiera, sin ser experto en seguridad vial, podía haber previsto: aumentaron los accidentes y la circulación se convirtió en un caos. En apariencia no se excluía a nadie, porque a nadie se le imponían multas ni se le quitaba el carné. En la práctica, se excluyó a los buenos conductores, que no se atrevían a utilizar el coche. Pero esta evidencia no hizo ninguna mella en el ánimo de quienes elaboraron la susodicha ley.
Después de constatar este empeoramiento de la situación, los expertos y especialistas en la materia se pusieron a estudiar las causas del fenómeno. Unos dijeron que lo que hacía falta era más educación ciudadana, otros que el aumento de accidentes no era más que un síntoma de una sociedad cada vez más violenta y competitiva, y los de más allá echaron la culpa, ¡como no!, a la televisión, que constantemente da ejemplo de conductas antisociales y violentas. También hubo quien dijo que parte del problema era debido al aumento de la emigración, como si un emigrante tuviera que ser a priori peor conductor que un aborigen. Ni por asomo se les ocurrió que la LOCSE pudiera ser una mala ley, esta posibilidad ni se consideró. La oposición planteó preguntas en el parlamento y el gobierno creó comisiones de estudio, las cuales elaboraron unos informes plagados de números, gráficos y estadísticas. También gastó ingentes sumas de dinero en pagar a expertos en seguridad vial, que asesoraran y dieran cursillos a los conductores. Algunos de esos expertos no habían conducido en su vida, pero no por ello eran menos sabios. Los títulos de algunos de esos cursillos eran “Cómo resolver conflictos en la carretera”, “Seguridad vial y feminismo” y “Creatividad al volante”. Pero todo era inútil. Siguió aumentando el número de siniestros, hasta que por fin un día, a algunos ciudadanos de ese país, a quienes se les daba una higa parecer políticamente incorrectos, se les ocurrió decir que todos los informes elaborados por los expertos eran pura charlatanería, y que la única solución estaba en reinstaurar las multas y las sanciones, por muy represivo y frustrante que esto pudiera ser, y por mucho que, irremediablemente, diera lugar a algunas injusticias y desigualdades. Los expertos encargados de estudiar el tema se apresuraron a decir que esos ciudadanos eran unos nostálgicos, que añoraban tiempos pretéritos, y que no habían entendido el espíritu de la LOCSE, y que lo de volver a poner multas era una solución demasiado simple para un problema que en realidad era muy complejo. También los policías de tráfico se quejaron, argumentando que, desprovistos de toda autoridad, su tarea se había hecho imposible. Los expertos respondieron que era muy cómodo cargar toda la culpa de una situación disparatada sobre la ley que había creado el disparate, y que en el problema todos tenían su parte de responsabilidad, de modo que lo que necesitaban los policías de tráfico era hacer una autocrítica. Y también que debían cambiar su mentalidad, a fin de adecuarla a los nuevos tiempos.
Pero los accidentes siguieron en aumento, y entretanto los expertos siguieron ganando sus buenos dineros asesorando, redactando informes e impartiendo cursillos. Incluso uno de máximos responsables de la LOCSE fue nombrado para un importante cargo cuya misión, entre otras, consistía en asesorar a los países latinoamericanos sobre seguridad vial.
Y así termina mi cuento.
Ricardo Moreno Castillo, autor del Panfleto antipedagógico, Leqtor, 2006

3 comentarios:

Pablo dijo...

Estimado:

El blog está muy bueno. Para desgracia de nuestro país, las estupideces del sistema educativo español vienen siendo copiadas por nuestros legisladores desde la década del 90. La reciente ley de educación, vuelve a inspirarse en el pensamiento zapateril -Pensamiento Alicia, diría G. Bueno- y refuerza los mitos fundacionales de nuestro sistema educativo, al tiempo que acelera el proceso de marginación de la filosofía académica y de las humanidades clásicas, en beneficio de un difuso buenismo pedagógico que no es más que pensamiento mágico izquierdoso.

Lo saluda desde la que fuera Reino del Imperio Español,

A. G.

Pablo dijo...

Argentina

FNX dijo...

Siempre se busca resolver los problemas buscando nuevas soluciones, queriendo hacer magia, mostrándose novedosos y creativos. A veces las respuestas están precisamente escritas y existentes en el mundo manifiesto.
Eso que decían de hacer optativo valores como el latín o griego (no recuerdo bien el texto) es un aborto al futuro de la formación. No se puede tener más conocimiento sin empezar desde abajo - como llegar al 7mo piso sin siquiera pasar por el 2do - y por más que tengamos los sistemas más poderosos y eficaces, mientras no haya conocimiento de valores primigenios o en su defecto de conciencia moral y poder de análisis (y autoanálisis para reconocer errores y obrar en favor de corregirlos), entonces los mismos van a ser igual que solucionar un problema con un garrote y una piedra. Y desgraciadamente es lo que pasa, creo.